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manifiesto urbanístico redactado en el IV Congreso Internacional de Arquitectura Moderna (CIAM) celebrado a bordo del Patris II
en 1933 en la ruta Marsella-Atenas-Marsella (el congreso no había
podido celebrarse en Moscú por problemas con los organizadores
soviéticos) siendo publicado en 1942 por Le Corbusier
LA CIUDAD Y SU REGIÓN
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La ciudad no es más que una parte del conjunto económico, social y político que constituye la región.
La unidad administrativa raramente coincide con la
unidad geográfica, esto es, con la región. La delimitación territorial
administrativa de las ciudades fue arbitraria desde el principio o ha
pasado a serlo posteriormente, cuando la aglomeración principal, a
consecuencia de su crecimiento ha llegado a alcanzar a otros municipios,
englobándolos a continuación, dentro de sí misma. Esta delimitación
artificial se opone a una buena administración del nuevo conjunto. Pues,
efectivamente, algunos municipios suburbanos han adquirido
inesperadamente un valor, positivo o negativo, imprevisible, ya sea por
convertirse en barrios residenciales de lujo, ya por instalarse en ellos
centros industriales intensos, ya por reunir a poblaciones obreras
miserables. Los límites administrativos que compartimentan el complejo
urbano se convierten entonces en algo paralizador. Una aglomeración
constituye el núcleo vital de una extensión geográfica cuyo límite está
constituido únicamente por la zona de influencia de otra aglomeración.
Sus condiciones vitales están determinadas por las vías de comunicación
que permiten realizar los necesarios intercambios y que la vinculan
íntimamente a su zona particular. No se puede considerar un problema
urbanístico más que remitiéndose constantemente a los elementos
constitutivos de la región y principalmente a su geografía, que está
llamada a desempeñar en esta cuestión un papel determinante: las
divisorias de aguas y los montes vecinos dibujan un contorno natural que
confirman las vías de circulación inscritas naturalmente en el suelo.
No es posible emprender acción alguna si no se ajusta al destino
armonioso de la región. El plan de la ciudad no es más que uno de los
elementos de este todo que constituye el plan regional.
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Yuxtapuestos a lo económico, a lo social y a lo
político, los valores de orden psicológico y fisiológico ligados a la
persona humana introducen en el debate preocupaciones de orden
individual y de orden colectivo. La vida solamente se despliega en la
medida en que concuerdan los dos principios contradictorios que rigen la
personalidad humana: el individual y el colectivo.
Aislado, el hombre se siente desarmado; por eso se
vincula espontáneamente a un grupo. Abandonado a sus propias fuerzas,
sólo construiría su choza y llevaría, en la inseguridad, una vida de
peligros y fatigas agravados por todas las angustias de la soledad.
Incorporado al grupo, siente pesar sobre él la coerción de una
disciplina inevitable, pero en cambio se encuentra seguro, en cierta
medida frente a la violencia, la enfermedad y el, hambre; puede pensar
en mejorar su casa y también satisfacer su profunda necesidad de vida
social. El hombre, convertido en elemento constituyente de una sociedad
que le sostiene, colabora directa o indirectamente en las mil empresas
que aseguran su vida física y desarrollan su vida espiritual. Sus
iniciativas se tornan más fecundas, y su libertad, mejor defendida, sólo
se detiene donde podría amenazar a la de otro. Si las empresas del
grupo son acertadas, la vida del individuo se ensancha y se ennoblece
por ello. Pero si predominan la pereza, la necedad y el egoísmo, el
grupo, presa de anemia y de desorden, sólo proporciona rivalidades, odio
y desencanto a cada uno de sus miembros. Un plan es acertado cuando
permite una colaboración fecunda procurando el máximo de libertad
individual. Resplandor de la persona en el marco del civismo.
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Estas constantes psicológicas y biológicas
experimentarán la influencia del medio: situación geográfica y
topográfica, situación economica, y situación política. En primer lugar,
la situación geográfica y topográfica, la índole de los elementos, agua
y tierra, la naturaleza, el suelo, el clima...
La geografía y la topografía desempeñan un papel de
considerable importancia en el destino de los hombres. No hay que
olvidar jamás que el sol domina, imponiendo su ley, todo empeño que
tenga por objeto la salvaguarda del ser humano. Llanuras, colinas y
montañas contribuyen también a modelar una sensibilidad y a determinar
una mentalidad. Si el montañés desciende gustoso hacia la llanura, el
hombre del llano rara vez remonta los valles y difícilmente cruza los
collados. Son las crestas de los montes las que han delimitado las zonas
de agrupamiento, donde, poco a poco, reunidos por costumbres y usos
comunes, unos hombres se han constituido en poblaciones. La proporción
de los elementos tierra y agua, ya sea que actúe en superficie,
contraponiendo las regiones lacustres o fluviales a las extensiones de
estepas, ya sea que se exprese en espesura, dando aquí pastos grasos y
allá landas o desiertos, modela, a su vez, unas actitudes mentales que
quedarán inscritas en las empresas y hallarán expresión en la casa, en
el pueblo o en la ciudad. Según la incidencia del sol sobre la curva
meridiana, las estaciones se empujan brutalmente o se suceden en una
transición imperceptible, y aunque la Tierra , en su continua redondez,
de parcela en parcela, ignora las rupturas, surgen innumerables
combinaciones, cada una de las cuales tiene sus particulares caracteres.
Por último, las razas, con sus variadas religiones o filosofías,
multiplican la diversidad de las empresas humanas, proponiendo cada una
de ellas su personal manera de ver y su personal razón de vivir.
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En segundo lugar, la situación económica. Los recursos de la región, contactos naturales o artificiales con el exterior...
La situación económica, riqueza o pobreza, es uno
de los grandes resortes de la vida, y determina el movimiento hacia el
progreso o hacia la regresión. Desempeña el papel de un motor que, según
la fuerza de sus pulsaciones, introduce la prodigalidad, aconseja la
prudencia o impone la sobriedad; la situación económica condiciona las
variaciones que dibujan la historia del pueblo, de la ciudad o del país.
La ciudad circundada por una región cubierta de cultivos tiene él
avituallamiento asegurado. La que dispone de un subsuelo precioso se
enriquece con materias que podrán servirle de moneda de cambio, sobre
todo si está dotada de una red de circulación suficientemente abundante
que le permita entrar en contacto útil con sus vecinos, próximos o
lejanos. Aunque la tensión del resorte económico depende en parte de
circunstancias invariables, puede ser modificada a cada instante por la
aparición de fuerzas imprevistas, a las cuales el azar o la iniciativa
humana pueden convertir en productivas o dejar que sean inoperantes. Ni
las riquezas latentes, que es necesario querer explotar, ni la energía
individual, tienen un carácter absoluto. Todo es movimiento, y lo
económico, en fin de cuentas, no es más que un valor momentáneo.
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En tercer lugar, la situación política; sistema administrativo.
Es éste un fenómeno más variable que cualquier
otro; es signo de la vitalidad del país, expresión de una sabiduría que
alcanza su apogeo o que llega a la decadencia... Si la política es por
naturaleza esencialmente móvil, su fruto, el sistema administrativo,
posee, en cambio, una estabilidad natural que le permite una permanencia
en el tiempo más dilatada y que no se presta a modificaciones
excesivamente frecuentes. Siendo expresión de la política móvil, su
perduración queda, en cambio, asegurada por su propia naturaleza y por
la fuerza misma de las cosas. Se trata de un sistema que, dentro de
límites bastante poco flexibles, rige uniformemente el territorio y la
sociedad, les impone sus reglamentaciones y, al actuar regularmente
sobre todas las palancas de mando, determina modalidades de acción
uniformes en el conjunto del país. Este marco, económico y político, aun
en el caso de que su valor haya sido confirmado por el uso durante
algún tiempo, puede ser alterado en cualquier momento, ya sea en una de
sus partes o en su conjunto. A veces, basta un descubrimiento científico
para suscitar la ruptura del equilibrio, para hacer que se manifieste
el desacuerdo entre el sistema administrativo de ayer y las imperiosas
realidades de hoy. A veces ocurre que algunas comunidades, que han
sabido renovar su marco particular, resultan ahogadas por el marco
general del país. Este último, por su parte, puede experimentar
directamente el asalto de las grandes corrientes mundiales. Ningún marco
administrativo puede aspirar a la inmutabilidad.
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Ciertas circunstancias particulares han
determinado los caracteres de la ciudad a lo largo de la historia: la
defensa militar, los descubrimientos científicos, las sucesivas
administraciones, el desarrollo progresivo de las comunicaciones y de
los medios de transporte (rutas terrestres, fluviales o marítimas,
ferrocarriles y rutas aéreas).
La historia se halla inscrita en los trazados y en
las arquitecturas de las ciudades. Lo que subsiste de los primeros
constituye el hilo conductor que, junto con los textos y documentos
gráficos, permite representar las sucesivas imágenes del pasado. Los
móviles que dieron nacimiento a las ciudades fueron de diversa
naturaleza. A veces era el valor defensivo. Y la cumbre de un peñasco o
el meandro de un río contemplaban el nacimiento de un burgo fortificado.
A veces era el cruce de dos caminos lo que determinaba el emplazamento
de la primera fundación. La forma de la ciudad era incierta, casi
siempre de perímetro circular o semicírculo. Cuando se trataba de una
villa de colonización, se organizaba como un campamento, según unos ejes
que se cortaban formando ángulo recto, y estaba rodeada de empalizadas
rectilíneas. En ella todo se ordenaba según la proporción, la jerarquía y
la conveniencia. Los caminos se alejaban de las puertas del recinto y
seguían oblicuamente hacia objetivos lejanos. En el dibujo de las
ciudades se advierte todavía el primer núcleo apretado del burgo, los
sucesivos cinturones y el trazado de caminos divergentes. Allí se
apretujaban los hombres, que encontraban, según su grado de
civilización, una dosis variable de bienestar. En un lugar, unas reglas
profundamente humanas dictaban la elección de los dispositivos; en otro,
coerciones arbitrarias daban a luz flagrantes injusticias. Llegó la
hora del maquinismo. A una medida milenaria que hubiera podido creerse
inmutable, la velocidad del paso humano, vino a añadirse otra medida, en
plena evolución: la velocidad de los vehículos mecánicos.
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Las razones que presiden el desarrollo de las ciudades están, pues, sometidas a cambios continuos.
Crecimiento o decrecimiento de una población,
prosperidad o decadencia de la ciudad, rotura de recintos que resultaban
ya sofocantes, nuevos medios de comunicación que ampliaban la zona de
intercambios, beneficios o desgracias de la política adoptada o de
aquella cuyas consecuencias se padecen, aparición del maquinismo, todo
ello no es más que movimiento. A medida que pasa el tiempo, en el
patrimonio del grupo, sea éste una ciudad, un país o la humanidad
entera, se van inscribiendo nuevos valores; con todo la vejez alcanza un
día a todo conjunto de construcciones o de caminos. La muerte no sólo
les llega a los seres vivos, sino también a sus obras. ¿Quién decidirá
lo que debe subsistir y lo que ha de desaparecer? El espíritu de la
ciudad se ha formado en el curso de los años; simples edificaciones han
cobrado un valor eterno en la medida en que simbolizan el alma
colectiva; son la osamenta de una tradición que, sin pretender limitar
la amplitud de los progresos futuros, condiciona la formación del
individuo tanto como el clima, la co marca, la raza o la costumbre. La
ciudad, por ser una «patria chica», lleva en sí un valor moral que pesa y
que se halla indisolublemente unido a ella.
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El advenimiento de la era del maquinismo ha
provocado inmensas perturbaciones en el comportamiento de los hombres,
en su distribución sobre la tierra y en sus actividades mismas;
movimiento irrefrenado de concentración en las ciudades al amparo de las
velocidades mecánicas; evolución brutal y universal sin precedentes en
la historia. El caos ha hecho su entrada en las ciudades.
El empleo de la máquina ha transformado por
completo las condiciones del trabajo. Ha roto un equilibrio milenario
asestando un golpe mortal al artesonado vaciando los campos, engrosando
las ciudades y, al echar a perder armonías seculares, perturbando las
relaciones naturales que existían entre el hogar y los lugares de
trabajo. Un ritmo furioso, unido a una desalentadora precariedad,
desorganiza las condiciones de la vida al oponerse a la conformidad de
las necesidades fundamentales. Las viviendas abrigan mal a las familias,
corrompen su vida íntima; y el desconocimiento de las necesidades
vitales, tanto físicas como morales, da fruto envenenado: enfermedad,
decadencia, rebelión. El mal es universal; se expresa, en las ciudades,
por un hacinamiento que las hace presa del desorden, y, en el campo, por
el abandono de numerosas tierras.
SEGUNDA PARTE
ESTADO ACTUAL DE LAS CIUDADES. CRíTlCAS Y REMEDIOS
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En el interior del núcleo histórico de las
ciudades, así como en determinadas zonas de expansión industrial del
siglo XIX, la población es demasiado densa (se llega a sumar hasta mil e
incluso mil quinientos habitantes por hectárea).
La densidad, relación entre las cifras de la
población y la superficie que ésta ocupa, puede mortificarse totalmente
por la altura de las edificaciones. Hasta el presente, sin embargo, la
técnica de la construcción había limitado la altura de las casas
aproximadamente a los seis pisos. La densidad admisible para las
construcciones de esta naturaleza es de 250 a 300 habitantes por
hectárea. Cuando esta densidad alcanza, como ocurre en numerosos
barrios, 600, 800 e incluso 1.000 habitantes, entonces se trata de
tugurios, caracterizados por los siguientes signos: 1. Insuficiencia de
la superficie habitable por persona; 2. Mediocridad de las aperturas al
exterior; 3. Falta de sol (orientación al norte o consecuencias de la
sombra que cae en la calle o en el patio); 4. Vetustez y presencia
permanente de gérmenes mórbidos (tuberculosis); 5. Ausensia o
insuficiencia de instalaciones sanitarias; 6. Promiscuidad debida a la
disposición interior de la vivienda, a la mala ordenación del inmueble o
a la presencia de vecindades molestas. El núcleo de las ciudades
antiguas, bajo la coerción de los cinturones militares, generalmente
estaba lleno de construcciones apretadas y privado de espacio. En
compensación, con todo, pasada la puerta del recinto, eran
inmediatamente accesibles los espacios verdes que daban lugar, cerca, a
un aire de calidad. En el curso de los siglos, se añadieron anillos
urbanos, sustituyendo la vegetación por la piedra y destruyendo las
superficies verdes, los pulmones de la ciudad. En estas condiciones, las
grandes densidades de población significan el malestar y la enfermedad
permanentes.
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En los sectores urbanos congestionados, las
condiciones de habitabilidad son nefastas por falta de espacio
suficiente para el alojamiento, por falta de superficies verdes
disponibles y, finalmente, por falta de cuidados de mantenimiento para
las edificaciones (explotación basada en la especulación). Estado de
cosas agravado todavía más por la presencia de una población con nivel
de vida muy bajo, incapaz de adoptar por sí misma medidas defensivas (la
mortalidad llega a alcanzar el veinte por ciento).
Lo que constituye el tugurio es el estado interior
de la vivienda, pero la miseria de ésta se prolonga en el exterior por
la estrechez de las calles sombrías y la carencia total de espacios
verdes, creadores de oxígeno, que tan propicios serían para el recreo de
los niños. Los gastos empleados en una construcción erigida hace siglos
han sido amortizados desde hace mucho tiempo; sin embargo, sigue
tolerándose que quien la explota pueda considerarla aún, en forma de
vivienda, como una mercancía negociable. Aunque su valor de
habitabilidad sea nulo, sigue proporcionando, impunemente y a expensas
de la especie, una renta importante. Un carnicero que vendiera carne
corrompida sería condenado, pero el código permite imponer alojamientos
corrompidos a las poblaciones pobres. En aras al enriquecimiento de unos
cuantos egoístas, se tolera que una mortalidad pavorosa y toda clase de
enfermedades hagan pesar sobre la colectividad una carga aplastante.
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El crecimiento de la ciudad devora
progresivamente las superficies verdes, limítrofes de sus sucesivas
periferias. Este alejamiento cada vez mayor de los elementos naturales
aumenta en igual medida el desorden de la higiene.
Cuanto más crece la ciudad, menos se respetan las
«condiciones naturales». Por «condiciones naturales» se entiende la
presencia, en proporción suficiente, de ciertos elementos indispensables
para los seres vivos: sol, espacio, vegetación. Un ensanchamiento
incontrolado ha privado a las ciudades de estos alimentos fundamentales
de orden tanto psicológico como fisiológico. El individuo que pierde
contacto con la naturaleza sufre un menoscabo y paga muy caro, con la
enfermedad y la decrepitud, una ruptura que debilita su cuerpo y arruina
su sensibilidad, corrompida por las alegrías ilusorias de la urbe. En
tal orden de ideas, en el curso de los últimos cien años se ha colmado
la medida, y no es éste el menor de los males que afligen al mundo en la
actualidad.
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Las construcciones destinadas a vivientes se
hallan repartidas por la superficie de la ciudad, en contradicción con
las necesidades de la higiene.
El primer deber del urbanismo es el de adecuarse a
las necesidades fundamentales de los hombres. La salud de cada uno
depende, en gran parte, de su sumisión a las «condiciones naturales». El
sol, que preside todo proceso de crecimiento, debería penetrar en el
interior de cada vivienda para esparcir en ella sus rayos, sin los
cuales la vida se marchita. El aire, cuya calidad asegura la presencia
de vegetación, debería ser puro, liberado de los gases nocivos y del
polvo suspendidos en él. Habría, por último, que distribuir con largueza
el espacio. No hay que olvidar que la sensación de espacio es de orden
psicofisiológico, y que la estrechez de las calles o la estrangulación
de las avenidas crean una atmósfera que es tan malsana para el cuerpo
como deprimente para el espíritu. El IV Congreso CIAM, celebrado en
Atenas, ha hecho suyo el postulado siguiente: el sol, la vegetación y el
espacio son las tres materias primas del urbanismo. La adhesión a este
postulado permite juzgar las cosas existentes y apreciar las
proposiciones nuevas desde un punto de vista verdaderamente humano.
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Los barrios más densos se hallan en las zonas
menos favorecidas (vertientes mal orientadas, sectores invadidos por
neblinas o gases industriales, accesibles a las inundaciones, etc.).
Todavía no se ha promulgado legislación alguna para
fijar las condiciones de la habitación moderna, condiciones que no
solamente deben garantizar la protección de la persona humana sino
incluso darle los medios para un perfeccionamiento creciente. Así, el
suelo de las ciudades, los barrios de viviendas, los alojamientos se
distribuyen, según la ocasión, al azar de los intereses más inesperados
y, a veces, más bajos. Un geómetra municipal no vacilará en trazar una
calle que privará de sol a millares de viviendas. Ciertos ediles, por
desgracia, considerarán natural asignar para la edificación de un barrio
obrero una zona descuidada hasta entonces por invadirla las nieblas,
porque la humedad es excesiva allí o porque pululan los mosquitos... Se
estimará que una vertiente norte, que jamás ha atraído a nadie a causa
de su orientación, o que un terreno envenenado por el hollín, la
carbonilla o los gases nocivos de una industria, ruidosa a veces,
siempre será bueno para instalar en él a esas poblaciones desarraigadas y
sin vínculos sólidos a las que se da el nombre de peonaje.
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Las construcciones aireadas (viviendas
acomodadas) ocupan las zonas favorecidas, al abrigo de vientos hostiles,
con vistas seguras y graciosos desahogos sobre perspectivas
paisaiistas: lago, mar, montes, etc., y con abundante exposición al sol.
Las zonas favorecidas están ocupadas generalmente
por las residencias de lujo; así se demuestra que las aspiraciones
instintivas del hombre le inducen a buscar, siempre que se lo permiten
sus medios, unas condiciones de vida y una calidad de bienestar cuyas
raíces se hallan en la naturaleza misma.
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Esta distribución parcial de la vivienda está
sancionada por el uso y por unas disposiciones municipales que se
consideran justificadas: zonificación.
La zonificación es la operación que se realiza
sobre un plano urbano con el fin de asignar a cada función y a cada
individuo su lugar adecuado. Tiene como base la necesaria discriminación
de las diversas actividades humanas, que exigen cada una su espacio
particular: locales de vivienda, centros industriales o comerciales,
salas o terrenos destinados al esparcimiento. Pero si la fuerza de las
cosas diferencia la vivienda rica de la vivienda modesta, ningún derecho
hay para violar unas reglas que deberían ser sagradas reservando
solamente a los favorecidos por la fortuna el beneficio de las
condiciones necesarias para una vida sana y ordenada. Es urgente y
necesario modificar determinados usos. Hay que hacer accesible a cada
uno, fuera de toda cuestión de dinero, un cierto grado de bienestar
mediante una legislación implacable. Hay que prohibir para siempre, por
medio de una estricta reglamentación urbana, que familias enteras se
vean privadas de luz, de aire y de espacio.
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Las construcciones levantadas a lo largo de las
vías de comunicación y en las proximidades de los cruces son
perjudiciales para la habitabilidad: ruidos, polvo y gases nocivos.
Si se pretende tener en cuenta esta prohibición, en
lo sucesivo deberán asignarse zonas independientes a la habitación y a
la circulación. Entonces la casa dejará de estar soldada a la calle a
través de la acera. La vivienda se alzará en su propio medio, donde
disfrutará de sol, de aire puro y de silencio. La circulación se
desdoblará por medio de vías de recorrido lento para uso de los peatones
y vías de recorrido rápido para uso de los vehículos. Cada una de estas
vías desempeñará su función respectiva,aproximándose a las viviendas
sólo ocasionalmente.
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El tradicional alineamiento de las viviendas al
borde de las calles sólo garantiza la exposición al sol a una parte
mínima de los alojamientos.
El alineamiento tradicional de los inmuebles a lo
largo de las calles implica una disposición obligada del volumen
edificado. Las calles paralelas u oblicuas dibujan, al entrecruzarse,
superficies cuadradas o rectangulares, trapezoidales o triangulares, de
diversa capacidad, las cuales, una vez edificadas, constituyen los
«bloques». La necesidad de iluminar el centro de estos bloques da
nacimiento a patios interiores de variadas dimensiones. Las
reglamentaciones municipales, desgraciadamente, dejan a quienes buscan
la ganancia la libertad de limitar estos patios a dimensiones
verdaderamente escandalosas. Se llega así al triste resultado siguiente:
una fachada de cada cuatro, con vistas a la calle o a un patio, está
orientada hacia el norte y no conoce el sol, mientras que las otras
tres, a consecuencia de la angostura de las calles, de los patios, y de
la sombra que de ellos resulta, están igualmente privadas a medias de
él. El análisis revela que, en las ciudades, la proporción de las
fachadas no soleadas varía entre la mitad y las tres cuartas partes del
total. En ciertos casos esta proporción es más desastrosa todavía.
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La distribución de las construcciones de uso colectivo dependientes de la vivienda es arbitraria.
La vivienda proporciona abrigo a la familia,
función que constituye por sí sola todo un programa y que plantea un
problema cuya solución, que en otros tiempos fue a veces feliz, hoy casi
siempre se deja al azar. Pero, fuera de la vivienda, y en sus
proximidades, la familia reclama, además, la existencia de instituciones
colectivas que sean verdaderas prolongaciones suyas. Se trata de
centros de avituallamiento, servicios médicos, guarderías, jardines de
infancia y escuelas, a los que hay que añadir las organizaciones
intelectuales y deportivas destinadas a proporcionar a los adolescentes
ocasión de trabajos o de juegos apropiados para satisfacer las
aspiraciones particulares de esta edad, y, para completar los
«equipamientos de salud», los terrenos apropiados para la cultura física
y el deporte cotidiano de cada uno. El carácter beneficioso de estas
instituciones colectivas es obvio, pero las masas todavía no advierten
claramente su necesidad. Su realización apenas ha sido esbozada, de la
manera más fragmentaria y sin vinculación con las necesidades generales
de la vivienda.
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Las escuelas, en particular, se hallan frecuentemente situadas en vías de circulación Y demasiado alejadas de las viviendas.
Las escuelas, limitando aquí el juicio a su
programa y a su disposición arquitectónica, se hallan, en general, mal
situadas en el interior del complejo urbano. Al estar demasiado lejos de
la vivienda, ponen al niño en contacto con los peligros de la calle.
Por otra parte, casi siempre sólo se dispensa en ellas la instrucción
propiamente dicha, y el niño, antes de los seis años, y el adolescente,
cumplidos los trece, se ven privados regularmente de las organizaciones
pre-escolares o post-escolares que responderían a las más imperiosas
necesidades de su edad. El estado actual y la distribución del terreno
edificado se prestan mal a las innovaciones mediante las cuales la
infancia y la juventud no solamente quedarían al amparo de numerosos
peligros, sino que incluso se las colocaría en las únicas condiciones
que permiten una formación seria, capaz de garantizar, junto a la
instrucción, un pleno desarrollo tanto físico como moral.
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Los suburbios se ordenan sin plan alguno y sin vinculación normal con la ciudad.
Los suburbios son los descendientes degenerados de
los arrabales. El burgo era en otro tiempo una unidad organizada en el
interior de un recinto militar. El arrabal, adosado al exterior,
construido a lo largo de una vía de acceso, falto de protecciones, era
el aliviadero de las poblaciones demasiado numerosas, las cuales debían,
de buen grado o por fuerza, adaptarse a su inseguridad. Cuando la
creación de un nuevo recinto militar llegaba a encerrar un arrabal en el
seno de la ciudad, se dislocaba por vez primera la regla normal de los
trazados. La era del maquinismo se caracteriza por el suburbio, terreno
sin trazado definido donde se vierten todos los residuos, donde se hacen
todas las tentativas, donde a menudo se instala el artesonado más
modesto con sus industrias, consideradas provisionales a priori,
pero algunas de las cuales experimentarán un crecimiento gigantesco. El
suburbio es símbolo a la vez del fracaso y del intento. Es una especie
de espuma que bate los muros de la ciudad. En el transcurso de los
siglos XIX y XX, la espuma se ha convertido primero en marea y después
en inundación. Ha comprometido seriamente el destino de la ciudad y sus
posibilidades de crecer según una regla. El suburbio, sede de una
población indecisa, destinada a sufrir numerosas miserias, caldo de
cultivo de la revuelta, con frecuencia es diez o cien veces más extenso
que la ciudad. En ese suburbio enfermo, en el que la función
distancia-tiempo plantea una difícil cuestión que está por resolver, hay
quien trata de hacer ciudades-jardín. Paraísos ilusorios, solución
irracional. El suburbio es un error urbanístico, extendido por todo el
universo y que en América se ha llevado hasta sus últimas consecuencias.
Constituye uno de los peores males de la época.
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Se ha tratado de incorporar los suburbios en el ámbito administrativo.
i Demasiado tarde! El suburbio ha sido incorporado
tardíamente en el ámbito administrativo. Pues, en toda su amplitud, el
código, imprevisor, ha dejado que se establecieran los derechos, por él
declarados imprescriptibles, de la propiedad. El detentador de un solar
en el que ha surgido una barraca, un cobertizo o un taller sólo puede
ser expropiado tras múltiples dificultades. La densidad de la población
es muy escasa allí, y el suelo apenas se halla explotado; a pesar de
todo, la ciudad está obligada a proporcionar a la extensión de los
suburbios los servicios necesarios: carreteras, canalizaciones, medios
de comunicación rápidos, alumbrado y limpieza, servicios hospitalarios o
escolares, etc. Resulta sorprendente la desproporción entre los gastos
ruinosos que tantas obligaciones causan y la escasa contribución que
puede aportar a ellos una población dispersa. Cuando interviene la
Administración para enderezar lo hecho, tropieza con obstáculos
insoportables y se arruina en vano. La Administración debe apoderarse de
la gestión del suelo que rodea a la ciudad antes del nacimiento de los
suburbios, al objeto de garantizarle los medios necesarios para un
desarrollo armonioso.
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A menudo los suburbios no son más que una
aglomeración de barracas donde la indispensable viabilidad resulta
difícilmente rentable.
Casitas mal construidas, barracas de planchas,
cobertizos en los que se mezclan mejor o peor los más imprevistos
materiales, dominio de pobres diablos que agitan los remolinos de una
vida sin disciplina: eso es el suburbio. Su fealdad y tristeza es la
vergüenza de la ciudad a la que rodea. Su miseria, que obliga a
malgastar los caudales públicos sin el contrapeso de unos recursos
fiscales suficientes, es una carga aplastante para la colectividad. Los
suburbios son la sórdida antecámara de las ciudades; aferrados a las
grandes vías de acceso por sus callejuelas, hacen que la circulación en
ellas sea peligrosa; vistos desde el aire, exhiben a la mirada menos
avisada el desorden y la incoherencia de su distribución; atravesados
por el ferrocarril, son una desilusión penosa para el viajero atraído
por la reputación de la ciudad.
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En lo sucesivo, los barrios de viviendas deben
ocupar Ios mejores emplazamientos en el espacio urbano, aprovechando la
topografía, teniendo en cuenta el clima y disponiendo de la insolación
más favorable y de los espacios verdes oportunos.
Las ciudades, tal como existen hoy, se construyen
en condiciones contrarias al bien público y privado. La historia muestra
que su creación y su desarrollo tuvieron razones profundas escalonadas a
lo largo del tiempo, y que, en el transcurso de los siglos, no
solamente han crecido sino que se han renovado; lo han hecho, además,
siempre sobre el mismo suelo. La era de la máquina, al modificar
brutalmente ciertas condiciones centenarias, las ha conducido al caos.
Nuestra tarea actual consiste en arrancarlas del desorden mediante
planes en los que se escalonarán en el tiempo los distintos proyectos.
El problema del alojamiento, de la vivienda, tiene la primacía sobre
todos los demás. A ello hay que reservar los mejores emplazamientos de
la ciudad, y si éstos se han echado a perder por la indiferencia o el
ánimo de lucro, hay que poner en acción todo lo que sea necesario para
recuperarlos. Varios factores deben concurrir a mejorar la vivienda. Hay
que buscar simultáneamente las mejores vistas, el aire más salubre
teniendo en cuenta los vientos y las brumas, las vertientes mejor
orientadas; por último, hay que utilizar las superficies verdes
existentes, crearlas si faltan o reconstruirlas si han sido destruidas.
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La determinación de las zonas de habitación debe estar dictada por razones de higiene.
Las leyes de la higiene, universalmente
reconocidas, elevan una grave requisitoria contra el estado sanitario de
las ciudades. Pero no basta con formular un diagnóstico, ni siquiera
con descubrir una solución: también es preciso que las autoridades
responsables la impongan. En nombre de la salud pública deberían ser
condenados barrios enteros. Los unos, fruto de una especulación precoz,
sólo merecen la piqueta; otros, a causa de los recuerdos históricos o de
los elementos de valor artístico que encierran, deben ser parcialmente
respetados; existen medios para salvar lo que merece ser salvado pese a
destruir sin piedad cuanto constituye un peligro. No basta con sanear
las viviendas: hay que crear y ordenar, además, sus prolongaciones
exteriores, los locales de educación física y diversos terrenos
deportivos, señalando de antemano en el plan general los emplazamientos
que serán reservados para ello.
25
Deben imponerse densidades razonables según las formas de habitación que ofrece la propia naturaleza del terreno.
Las densidades de población de una ciudad deben ser
dictadas por las autoridades. Pueden variar según la afectación del
suelo urbano y dar, según su número, una ciudad ampliamente extendida o
contraída sobre sí misma. Fijar las densidades urbanas es acometer una
empresa cargada de consecuencias. Cuando apareció la era de la máquina
las ciudades se desarrollaron sin freno ni control. El abandono es la
única explicación válida de este crecimiento desmesurado y absolutamente
irracional que es una de las causas de su desgracia. Las ciudades,
tanto para nacer como para crecer, tienen razones particulares que deben
ser estudiadas, llegando a unas previsiones que abarquen cierto espacio
de tiempo: cincuenta años, por ejemplo. Podrá operarse así con una
determinada cifra de población a la que será preciso darle alojamiento,
sabiendo en qué espacio útil; habrá que prever qué relación
«tiempo-distancia» le corresponderá cada día; habrá que determinar la
superficie y la capacidad necesarias para la realización de este
programa de cincuenta años. Cuando se han fijado la cifra de la
población y las dimensiones del terreno, queda determinada la
«densidad».
26
Debe señalarse un número mínimo de horas de exposición al sol para toda vivienda.
La ciencia, al estudiar las radiaciones solares, ha
descubierto que son indispensables para la salud humana y también que,
en ciertos casos, podrían ser perjudiciales para ella. El sol es el
señor de la vida. La medicina ha demostrado que donde no entra el sol,
se instala la tuberculosis; exige situar de nuevo al individuo, en la
medida de lo posible, en «condiciones naturales». En toda vivienda debe
penetrar el sol unas horas al día, incluso durante la estación menos
favorecida. La sociedad no tolerará que familias enteras se vean
privadas de sol y condenadas por ello a languidecer. Todo plano de
edificio en el que una sola vivienda se halle orientada exclusivamente
hacia el norte, o privada de sol por las sombras proyectadas sobre ella,
será rigurosamente condenado. Hay que exigir de los constructores, un
plano que demuestre que durante el solsticio de invierno el sol penetra
en todas las viviendas dos horas diarias como mínimo. Sin esto, se
negará la licencia de construcción. Introducir el sol es el nuevo y más
imperioso deber del arquitecto.
27
Debe prohibirse la alineación de las viviendas a lo largo de las vías de comunicación.
Las vías de comunicación, es decir, las calles de
nuestras ciudades, tienen distintos fines. Soportan las más distintas
cargas deben servir tanto a la marcha de los peatones como al tránsito,
entrecortado por detenciones intermitentes, de vehículos rápidos de
transporte colectivo, autobuses tranvías, o al tráfico más rápido aún de
los camiones o de los automóviles particulares. Las aceras, creadas en
la época de los caballos y sólo tras la introducción de las carrozas,
para evitar los atropellos, son un remedio irrisorio a partir del
momento en que las velocidades mecánicas han introducido en las calles
una auténtica amenaza de muerte. La ciudad actual abre las innumerables
puertas de sus casas sobre esta amenaza y sus innumerables ventanas a
los ruidos, al polvo y a los gases nocivos que son el producto de una
circulación mecánica intensa. Semejante estado de cosas exige una
modificación radical: hay que separar la velocidad del peatón, de 4 km
por hora, y las velocidades mecánicas, de 50 a 100 km por hora. Las
viviendas serán alejadas de las velocidades mecánicas, canalizándose
éstas por un cauce particular mientras que el peatón dispondrá de
caminos directos o de paseos reservados para él.
28
Deben tenerse en cuenta los recursos de las técnicas modernas para alzar construcciones elevadas.
Cada época ha empleado para sus construcciones la
técnica que le dictaban sus recursos particulares. Hasta el siglo XIX,
el arte de construir casas sólo conocía las paredes maestras de piedras,
ladrillos o tabiques de madera, y los techos constituidos por vigas de
madera. En el siglo XIX, un periodo intermedio utilizó los perfiles
metálicos, finalmente llegaron, en el siglo XX, unas construcciones
homogéneas, de acero o de cemento armado. Con anterioridad a esta
innovación, totalmente revolucionaria en la historia de la edificación
de las casas, los constructores no podían levantar un inmueble por
encima de los seis pisos. En la actualidad ya no se hallan tan
limitados. Las construcciones alcanzan los sesenta y cinco pisos o más.
Falta determinar, mediante un examen serio de los problemas urbanos, la
altura más conveniente para cada caso particular. En lo que respecta a
la vivienda, las razones que postulan en favor de determinada decisión
son: la elección de la vista más agradable, la búsqueda del aire más
puro y de la más completa exposición al sol, y, por último, la
posibilidad de crear en las proximidades inmediatas de la vivienda, las
instalaciones colectivas, los locales escolares, los centros
asistenciales y los terrenos de juego que serán las prolongaciones de
aquélla. Solamente unas construcciones de una cierta altura pueden dar
feliz satisfacción a estas legítimas exigencias.
29
Las construcciones altas, situadas a gran
distancia unas de otras, deben liberar el suelo en favor de grandes
superficies verdes.
Pero es necesario, además, que esas edificaciones
estén situadas a grandes distancias las unas de las otras, pues de otro
modo su altura, lejos de constituir una mejora, no haría más que agravar
el malestar existente; ése es el gran error cometido en las ciudades de
las dos Américas. La construcción de una ciudad no puede abandonarse
sin programa a la iniciativa privada. La densidad de su población debe
ser lo suficientemente alta para dar validez a la disposición de
instalaciones colectivas que sean una prolongación de las viviendas.
Fijada esta densidad, se admitirá una cifra de la población presunta que
permita calcular la superficie reservada a la ciudad. Decidir acerca
del modo en que se efectuará la ocupación del suelo, establecer la
relación entre la superficie edificada y los espacios libres o con
plantas, repartir el terreno necesario tanto para los alojamientos
particulares como para sus diversas prolongaciones, asignar a la ciudad
una superficie que no podrá ser superada durante un período determinado,
todo ello constituye esa grave operación que queda en manos de la
autoridad: la promulgación del «estatuto del suelo». De este modo, en
adelante la ciudad se construirá con toda la seguridad, dejándose,
dentro de los límites de las reglas fijadas por ese estatuto, libertad
completa a la iniciativa particular y a la imaginación del artista.
30
Las superficies libres son, en general, insuficientes.
En el interior de algunas ciudades existen todavía
superficies libres. Son lo que ha sobrevivido, milagrosamente en nuestra
época, de las reservas constituidas en el curso del pasado: parques que
rodean moradas señoriales, jardines contiguos a mansiones burguesas,
paseos sombreados que ocupan el emplazamiento de un cinturón militar
desmantelado. Los dos últimos siglos han devorado con ferocidad estas
reservas, auténticos pulmones de la ciudad, cubriéndolos de inmuebles y
sustituyendo el césped y los árboles por obras de albañilería. En Otro
tiempo, los espacios libres no tenían más razón de ser que el solaz de
unos cuantos privilegiados. No había aparecido todavía el punto de vista
social que hoy da nuevo sentido a su destino. Los espacios libres
pueden ser la prolongación directa o indirecta de las viviendas;
directa, si rodean a la residencia misma; indirecta si están
concentrados en grandes superficies menos inmediatamente próximas. En
ambos casos, su destino será el mismo: ser la sede de las actividades
colectivas de la juventud y proporcionar un terreno favorable para las
distracciones, los paseos o los juegos de las horas de descanso.
31
Cuando las superficies libres tienen suficiente
extensión, a menudo están mal distribuidas y resultan, por ello, poco
útiles para la masa de los habitantes.
Cuando las ciudades modernas cuentan con
superficies libres de suficiente extensión, éstas se hallan emplazadas
en la periferia o en el centro de una zona residencial particularmente
lujosa. En el primer caso, alejadas de los lugares de residencia
popular, los ciudadanos sólo podrán servirse de ellas los domingos y no
tendrán influencia alguna sobre la vida cotidiana, la cual continuará
desarrollándose en condiciones lastimosas. En el segundo, quedarán
prohibidas de hecho para la multitud, al reducirse su función a la de
embellecimiento y sin desempeñar su papel de prolongaciones útiles de la
vivienda. Sea como fuere, en este caso, el grave problema de la higiene
popular queda sin mejora alguna.
32
La ubicación periférica de las superficies
libres no se presta al mejoramiento de las condiciones de habitabilidad
en las zonas urbanas congestionadas.
El urbanismo está llamado a concebir las reglas
necesarias que garanticen a los ciudadanos más condiciones de vida que
salvaguarden no solamente su salud física sino incluso su salud moral, y
que preserven la alegría de vivir que se deriva de ello. Las horas de
trabajo, tan a menudo agotadoras en términos musculares o nerviosos,
deben ir seguidas, diariamente, de un número suficiente de horas libres.
Estas horas libres, que el maquinismo aumentará infaliblemente, se
dedicarán a un reconfortante descanso en medio de elementos naturales.
El mantenimiento o la creación de espacios libres son, pues, una
necesidad, y constituyen un problema de salud pública para la especie.
Es éste un tema que forma parte integrante de los datos del urbanismo, y
al que los ediles deberían estar obligados a prestar toda su atención.
La justa proporción entre los volúmenes edificados y los espacios libres
es la fórmula que, por sí sola, resuelve el problema de la residencia.
33
Las raras instalaciones deportivas, en general,
a fin de emplazarlas en las proximidades de los usuarios, estaban
instaladas provisionalmente en terrenos destinados a futuros barrios de
viviendas o industriales. Precariedad y trastornos incesantes.
Algunas asociaciones deportivas, deseosas de
utilizar sus períodos semanales de descanso, han encontrado un abrigo
provisional en la periferia de las ciudades; su existencia, sin embargo,
no reconocida oficialmente, es en general de lo más precario. Cabe
clasificar las horas libres o períodos de esparcimiento en tres
categorías: diarias, semanales o anuales. Es preciso que las horas
libres cotidianas transcurran en las proximidades de la vivienda. Las
horas semanales libres permiten las salidas de la ciudad y los
desplazamientos regionales. Las horas libres anuales, es decir, las
vacaciones, permiten auténticos viajes, fuera de la ciudad y de la
región. El problema, así expuesto, implica la creación de reservas
verdes: 1) en torno a la vivienda; 2) en la región; 3) en el país.
34
Los terrenos que podrían ser destinados a las horas libres semanales se hallan a menudo mal comunicados con la ciudad.
Una vez escogidos los emplazamientos situados en
los alrededores inmediatos de la ciudad apropiados para convertirse en
centros útiles del tiempo libre semanal, se plantea el problema de los
transportes en masa. Es preciso considerar este problema a partir del
momento en que se esboza el plan regional; implica el estudio de los
diversos medios posibles de comunicación: carreteras, ferrocarriles o
vías fluviales.
35
En lo sucesivo, todo barrio residencial debe
contar con la superficie verde necesaria para la ordenación racional de
los juegos y deportes de los niños, de los adolescentes y de los
adultos.
Esta decisión sólo surtirá efecto si la sostiene
una auténtica legislación: el «estatuto del suelo». Este estatuto deberá
poseer la diversidad correspondiente a las necesidades que hay que
satisfacer. Así, la densidad de la población, o la relación entre la
superficie libre y la superficie edificada, podrán variar según las
funciones, el lugar y el clima. Los volúmenes edificados estarán
íntimamente amalgamados a las superficies verdes que habrán de
rodearlos. Las zonas edificadas y las zonas plantadas se distribuirán
teniendo en cuenta que medie un período de tiempo razonable para ir de
unas a otras. De cualquier modo, el trazado urbano deberá cambiar de
textura: las aglomeraciones tenderán a convertirse en ciudades verdes.
Contrariamente a lo que ocurre en las ciudades-jardín, las superficies
verdes no estarán compartimentadas en pequeños elementos de uso privado,
sino que se consagrarán al desarrollo de las diversas actividades
comunes que forman la prolongación de la vivienda. Los cultivos
hortícolas, cuya utilidad constituye de hecho el principal argumento en
favor de las ciudades-jardín, muy bien podrán tomarse en consideración; a
ellos estará destinado cierto porcentaje del suelo disponible, dividido
en múltiples parcelas individuales; algunas instalaciones colectivas,
sin embargo, como la labranza eventual y el riego, podrán aliviar las
fatigas y acrecentar el rendimiento.
36
Los islotes insalubres deben ser demolidos y
sustituidos por superficies verdes: con ello, los barrios limítrofes
resultarán saneados.
Un conocimiento elemental de las principales
nociones de la higiene basta para discernir los tugurios y discriminar
los islotes claramente insalubres. Estos islotes deberán ser demolidos.
Habrá que aprovechar esta circunstancia para sustituirlos por parques,
que serán, al menos para los barrios colindantes, el primer paso hacia
el camino del saneamiento. Con todo, pudiera ocurrir que alguno de estos
islotes ocupara un emplazamiento adecuado para la construcción de
determinadas edificaciones indispensables para la vida de la ciudad. En
este caso, un urbanismo inteligente sabrá darles el destino que el plan
general de la región y el de la ciudad hayan considerado de antemano
como el más útil.
37
Las nuevas superficies verdes deben asignarse a
fines claramente definidos: deben contener parques infantiles,
escuelas, centros juveniles o construcciones de uso comunitario,
vinculado íntimamente a la vivienda.
Las superficies verdes, que habrán sido íntimamente
amalgamadas a los volúmenes edificados y que estarán insertadas en los
sectores residenciales, no tendrán como única función el embellecimiento
de la ciudad. Deberán desempeñar ante todo un papel útil, y lo que
ocupará el césped serán instalaciones de uso colectivo: guarderías,
organizaciones pre-escolares o post-escolares, círculos juveniles,
centros de solaz intelectual o de cultura física, salas de lectura o de
juegos, pistas de carreras o piscinas al aire libre. Serán la
prolongación de la vivienda y, como tales, deberán quedar sometidas al
«estatuto del suelo».
38
Las horas libres semanales deben pasarse en
lugares favorablemente preparados: parques, bosques, terrenos
deportivos, estadios, playas, etc.
Todavía no se ha previsto nada o casi nada para el
tiempo libre semanal. En la región que rodea a la ciudad se reservarán
amplios espacios, que serán arreglados y cuyo acceso se facilitará con
medios de transporte suficientemente abundantes y cómodos. Aquí no se
trata ya de simples céspedes, más o menos arbolados, en torno a la casa,
sino de auténticas praderas, de bosques, de playas naturales o
artificiales que constituyan una reserva inmensa, cuidadosamente
protegida, que ofrecerá al habitante de la ciudad mil ocasiones de
actividad sana o de útil esparcimiento. Cada ciudad posee en su
periferia lugares capaces de responder a este programa, los cuales,
mediante una organización bien estudiada de los medios de comunicación,
pasarán a ser fácilmente accesibles.
39
Parques, terrenos deportivos, estadios, playas, etc.
Debe fijarse un programa de distracciones en el que
quepa toda clase de actividades: el paseo, solitario o en común,
disfrutando de la belleza de los parajes; los deportes de todas clases:
tenis, baloncesto, fútbol, natación, atletismo; los espectáculos de
diversión, los conciertos, el teatro al aire libre, los juegos atléticos
y las diversas competiciones. Finalmente, se preverá la existencia de
determinadas instalaciones: medios de circulación, que exigen una
organización racional; centros de alojamiento, hoteles, albergues o
campamentos; por último, y esto no es lo de menor importancia, un
suministro de agua potable y el abastecimiento de víveres, que deberá
quedar cuidadosamente asegurado en todas partes.
40
Deben estimarse los elementos existentes: ríos, bosques, colinas, montañas, valles, lago, mar, etc.
La cuestión de la distancia, gracias al
perfeccionamiento de los medios mecánicos de transporte, ya no desempeña
aquí un papel fundamental. Vale más escoger bien, aunque haya que ir a
buscar lo que se desea un poco más lejos. Se trata no solamente de
preservar las bellezas naturales todavía intactas, sino también de
reparar los ultrajes que algunas de ellas hayan podido sufrir; por
último, la industria humana ha de crear en parte lugares y paisajes
según un programa. He aquí otro problema social muy importante cuya
responsabilidad queda en manos de los ediles: hallar una contrapartida
al trabajo agotador de la semana, convertir el día de descanso en algo
realmente vivificador para la salud física y moral; no abandonar a la
población a las desgracias múltiples de la calle. Un empleo fecundo de
las horas libres forjará una salud y un espíritu verdaderos a los
habitantes de las ciudades.
41
Los lugares de trabajo ya no se hallan
dispuestos racionalmente en el interior del complejo urbano: industria,
artesanía, negocios, administración y comercio.
En otro tiempo, la vivienda y el taller, unidos por
vínculos estrechos y permanentes, se hallaban próximos el uno del otro.
La inesperada expansión del maquinismo ha destruido estas condiciones
de armonía; en menos de un siglo, ha transformado la fisonomía de las
ciudades, ha roto las tradiciones seculares del artesonado y ha hecho
nacer una mano de obra nueva y cambiante. El auge industrial depende
esencialmente de los medios de abastecimiento de materias primas y de
las facilidades de salida de los productos manufacturados. Las
industrias se han volcado literalmente a lo largo de las vías férreas
-la innovación del siglo XIX- y a la orilla de las vías fluviales cuyo
tráfico multiplicaba la navegación a vapor. Sin embargo, aprovechando
las disponibilidades inmediatas en materia de vivienda y abastecimiento
de las ciudades existentes, los fundadores de empresas instalaron sus
industrias en la ciudad o en sus alrededores, despreciando las
calamidades que de ello pudieran derivarse. Situadas en el corazón de
barrios residenciales, las fábricas extienden sobre ellos sus polvos y
sus ruidos. Instaladas en la periferia, lejos de esos barrios, condenan a
los trabajadores a recorrer diariamente largas distancias en
condiciones fatigosas de apresuramiento y de aglomeración, haciéndoles
perder inútilmente parte de sus horas de descanso. La ruptura con la
antigua organización del trabajo ha creado un desorden indecible
planteando un problema para el cual hasta el presente sólo se han
aportado soluciones para salir del paso. De ello se ha derivado el gran
mal de la época actual: el nomadismo de las poblaciones obreras.
42
La vinculación entre la habitación y los lugares de trabajo ha dejado de ser normal; impone unos trayectos desmesurados.
Las relaciones normales entre estas dos funciones
esenciales de la vida que son habitar y trabajar han quedado rotas. Los
arrabales se han llenado de talleres y manufacturas, y la gran
industria, que sigue adelante en su desarrollo sin límites, ha sido
rechazada afuera, a los suburbios. Al quedar saturada la ciudad, sin que
pueda recibir a nuevos habitantes, se ha hecho surgir a toda prisa
ciudades suburbanas, vastos y compactos bloques de cajones para alquilar
o parcelaciones interminables. La mano de obra intercambiable, en
absoluto ligada a la industria por un vínculo estable, ha de soportar
por la mañana, al mediodía y por la noche, tanto en invierno como en
verano, el perpetuo danzar y el deprimente tumulto de los transportes en
común. En estos desordenados desplazamientos se consumen horas enteras.
43
Las horas-punta de los transportes acusan un estado crítico.
Los transportes colectivos, trenes suburbanos,
autobuses y metros, sólo funcionan realmente en cuatro momentos del día.
En las horas-punta, la agitación es allí frenética, y los usuarios
pagan caro, de su bolsillo, una organización que les reporta dianamente
horas de empujones anadidas a las fatigas del trabajo. La explotación de
estos transportes es costosa y minuciosa a la vez; al no bastar para
cubrir los gastos las tarifas satisfechas por los usuarios, los
transportes se han convertido en una pesada carga pública. Para poner
remedio a semejante estado de cosas se han defendido tesis
contradictorias: ¿hacer vivir a los transportes o hacer vivir bien a los
usuarios de los transportes? Hay que elegir. Lo uno supone la reducción
del diámetro de las ciudades y lo otro aumentarlo.
44
Debido a la falta de todo programa -crecimiento
incontrolado de las ciudades, ausencia de previsiones, especulación del
suelo, etcétera-, la industria se instala al azar, sin obedecer a regla
alguna.
El suelo de las ciudades y el de las regiones
circundantes pertenece casi por entero a particulares. La industria
misma se halla en manos de sociedades privadas, sujetas a toda clase de
crisis y cuya situación es a veces inestable. No se ha hecho nada para
someter a reglas lógicas la expansión industrial; por el contrario, todo
se ha abandonado a la improvisación, la cual, aunque a veces favorece
al individuo, abruma siempre a la colectividad.
45
En las ciudades, las oficinas se han
concentrado en centros de negocios. Estos, instalados en los lugares
privilegiados de la ciudad, dotados de los medios de circulación más
completos, pronto son presa de la especulación. Como se trata de
negocios privados, falta la organización útil para su desarrollo
natural.
La expansión industrial tiene como consecuencia el
aumento de los negocios, de la administración y del comercio privados.
En este campo, nada se ha medido ni previsto seriamente. Hay que comprar
y vender, crear contactos entre la fábrica y el taller, entre el
proveedor y el cliente. Estas transacciones necesitan oficinas. Y estas
oficinas son locales que exigen una instalación precisa, delicada,
indispensable para el despacho de los negocios. Esos equipos, cuando
están aislados, resultan costosos. Todo hace aconsejable un agrupamiento
que haría posible las mejores condiciones de funcionamiento para cada
uno de ellos: una circulación cómoda, comunicaciones fáciles con el
exterior, claridad, silencio, atmósfera de buena calidad, instalaciones
de calefacción y refrigeración, centros postales y telefónicos, radio,
etc.
46
Las distancias entre los lugares de trabajo y las viviendas deben ser reducidas al mínimo.
Esto supone una nueva distribución, según un plan
cuidadosamente elaborado, de todos los lugares consagrados al trabajo.
La concentración de las industrias en anillos en torno a las grandes
ciudades pudo ser, para algunos, una fuente de prosperidad, pero hay que
denunciar las lamentables condiciones de vida que se han derivado de
ello para las masas. Esta disposición arbitraria ha creado una
promiscuidad insoportable. La duración de las idas y venidas no guarda
relación alguna con el diario recorrido del sol. Las industrias deben
ser trasplantadas a lugares de paso de las materias primas, a lo largo
de las vías fluviales y terrestres o de las líneas férreas. Un lugar de
paso es un elemento lineal. Las ciudades industriales, en vez de ser
concéntricas, pasarán a ser lineales.
47
Los sectores industriales deben ser
independientes de los sectores de habitación; unos y otros deben estar
separados por una zona verde.
La ciudad industrial se extenderá a lo largo del
canal, de la carretera o de la vía férrea, o, mejor aún, a lo largo de
estas tres vías conjugadas. Al ser lineal y no ya anular, podrá alinear,
a medida que se desarrolle, su propio sector de viviendas que será
paralelo a ella. Una zona verde separará este último sector de las
edificaciones industriales. La vivienda, localizada en lo sucesivo en
pleno campo, quedará totalmente protegida de los ruidos y el polvo, pese
a hallarse en unas condiciones de proximidad que suprimirán los largos
recorridos diarios; volverá a ser un organismo familiar normal. Al
recuperarse de este modo las «condiciones naturales», se contribuirá a
que cese el nomadismo de las poblaciones obreras. Se dispondrá de tres
tipos de vivienda, a elección de los habitantes: la casa individual de
ciudad-jardín, la casa individual acompañada de una pequeña explotación
rural, y, por último, el inmueble colectivo, provisto de todos los
servicios necesarios para el bienestar de sus ocupantes.
48
Las zonas industriales deben hallarse junto al ferrocarril, el canal y la carretera.
La velocidad, totalmente inédita, de los
transportes mecánicos, que utilizan ya sea la, carretera, el
ferrocarril, el río o el canal, necesita de la creación de nuevas vías o
de la transformación de las ya existentes. Se trata de un programa de
coordinación que, debe tener en cuenta la nueva distribución de los
establecimientos industriales y de las viviendas obreras que acompañan a
éstos.
49
La artesanía, íntimamente vinculada a la vida
urbana, de la que procede directamente, debe poder ocupar lugares
claramente determinados en el interior de la ciudad.
La artesanía, por su naturaleza, difiere de la
industria y exige disposiciones apropiadas. Emana directamente del
potencial acumulado en los centros urbanos. La artesanía del libro, de
la joyería, del vestido o de la moda halla en la concentración
intelectual de la ciudad la excitación creadora que necesita. Se trata
aquí de actividades esencialmente urbanas, cuyos lugares de trabajo
podrán estar situados en los puntos más intensos de la ciudad.
50
El centro de negocios, dedicado a la
administración privada o pública, debe contar con buenas comunicaciones
con los barrios de viviendas, al igual que con las industrias o la
artesanía que ha quedado en la ciudad o en sus proximidades.
Los negocios han cobrado una importancia tan grande
que la elección del emplazamiento urbano reservado para ellos exige un
estudio muy particular. El centro de negocios debe hallarse en la
confluencia de las vías de circulación que enlazan con los sectores de
vivienda, los sectores industriales y artesanos, la administración
pública, algunos hoteles y las diversas estaciones (ferroviarias, de
carreteras, marítima y aérea).
51
La actual red de vías urbanas es un conjunto de
ramificaciones desarrolladas en torno a las grandes vías de
comunicación. Estas últimas se remontan en el tiempo, en Europa, mucho
más allá de la Edad Media , y a veces, incluso, de la antigüedad.
Algunas ciudades militares o coloniales se han
beneficiado desde su nacimiento de un plan ordenado. Primero se trazó un
recinto, de forma regular; en él desembocaban las grandes vías de
comunicación. La disposición interior era de una útil regularidad. Otras
ciudades, más numerosas, han nacido en la intersección o en el punto de
unión de varios caminos radiales a partir de un centro común. Estas
vías de comunicación se hallan íntimamente ligadas a la topografía de la
región, que, a menudo, les impone un trazado sinuoso. Las primeras
casas se instalaron al borde del camino, y así nacieron calles
principales a partir de las cuales se ramificaron en el curso del
crecimiento de la ciudad mediante arterias secundarias cada vez más
numerosas. Las calles principales siempre han sido hijas de la
geografía; muchas de ellas han sido reordenadas y rectificadas, pero a
pesar de todo conservarán siempre su determinismo fundamental.
52
Las grandes vías de comunicación fueron
concebidas para el tránsito de peatones o de, carruajes; hoy no
responden ya a los medios mecánicos de transporte.
Las ciudades antiguas se hallaban rodeadas de
murallas por razones de seguridad. Por tanto, no podían extenderse a
medida, que aumentaba su población. Había que, obrar con economía para
que el terreno proporcionara la máxima superficie habitable. Esto
explica esa disposición de calles y callejas estrechas, que permitían el
mayor número posible de puertas de acceso a las viviendas. Esta
organización de las ciudades tuvo como consecuencia, además, ese sistema
de bloques cortados a pico sobre las calles, de donde tomaban luz, y
agujereados, con el mismo fin, por patios interiores. Más tarde, cuando
se ampliaron los recintos fortificados, las calles y callejas se
prolongaron en avenidas y paseos más allá del núcleo inicial que
conservaba su estructura primitiva. Este sistema de construcción, que no
responde ya desde hace tiempo a necesidad alguna, tiene todavía fuerza
de ley. Se trata siempre del bloque edificado, subproducto directo de la
red viaria. Sus fachadas dan a calles o a patios interiores más o menos
estrechos. La red circulatoria que lo encierra posee dimensiones e
intersecciones múltiples. Esta red, prevista para tiempos diferentes, no
ha podido adaptarse a las velocidades nuevas de los vehículos
mecánicos.
53
Las dimensiones de las calles, inadecuadas para
el futuro, se oponen a la utilización den las nuevas velocidades
mecánicas y a la expansión regular de la ciudad.
El problema queda planteado por la imposibilidad de
conciliar las velocidades naturales, la del peatón o la del caballo,
con las velocidades mecánicas de los automóviles, tranvías, camiones o
autobuses. La mezcla de ambas velocidades es fuente de mil conflictos.
El peatón circula en perpetua inseguridad, mientras que los vehículos
mecánicos, obligados a frenar constantemente, quedan paralizados, lo
cual no les impide ser ocasión de un peligro de muerte permanente.
54
Las distancias entre los cruces de las calles son demasiado pequeñas.
Antes de alcanzar su régimen normal, los vehículos
mecánicos experimentan la necesidad de la puesta en marcha y de la
aceleración gradual. No puede producirse brutalmente el frenazo sin
ocasionar un rápido desgaste de los principales órganos del vehículo.
Habría que prever, por tanto, una unidad de longitud razonable entre el
punto de arranque y aquel en el cual será necesario hacer uso del freno.
Los cruces actuales, situados a 100, 50, 200 o incluso 10 metros de
distancia los unos de los otros, no resultan convenientes para la buena
marcha de los vehículos mecánicos. Deberían estar separados por espacios
de 200 a 400 metros.
55
La anchura de las calles es insuficiente. El
intento de ensancharlas resulta a menudo una operación costosa y,
además, ineficaz.
No hay una anchura-tipo uniforme para las calles.
Todo depende de su tráfico, medido según el número y la naturaleza de
los vehículos. Las antiguas calles principales, impuestas por la
topografía y la geografía desde el comienzo de la ciudad y que
constituyen el tronco de la innumerable ramificación de las calles, han
conservado casi siempre un tráfico intenso. Generalmente, son demasiado
estrechas, pero su ensanchamiento no representa siempre una solución
fácil ni siquiera eficaz. Es preciso plantearse el problema mucho más
radicalmente.
56
Ante las velocidades mecánicas, la red da
calles muestra ser irracional, carente de exactitud, de flexibilidad, de
diversidad, de adecuación.
La circulación moderna es una operación muy
compleja. Las calles, destinadas a usos múltiples, deben permitir a la
vez ir de extremo a extremo a los automóviles, ir de extremo a extremo a
los peatones, recorrer los itinerarios prescritos a los tranvías y
autobuses, ir de los centros de aprovisionamiento a lugares de
distribución infinitamente variados a los camiones o atravesar la ciudad
simplemente de paso a ciertos vehículos. Cada una de estas actividades
exigiría una pista particular, acondicionada para satisfacer unas
necesidades claramente caracterizadas. Por tanto, es necesario dedicarse
a un estudio profundo de la cuestión, considerar su estado actual y
buscar soluciones que respondan verdaderamente a unas necesidades
estrictamente definidas.
57
Los trazados suntuarios, con finalidad representativa, han podido o pueden constituir graves dificultades para la circulación.
Lo que resultaba admisible, o incluso admirable, en
la época de los peatones y de las carrozas puede haberse convertido, en
la actualidad, en una fuente constante de dificultades. Ciertas
avenidas, concebidas al objeto de proporcionar una perspectiva
grandiosa, coronada por un monumento o por un edificio, son, hoy en día,
una causa de embotellamientos, de retrasos y acaso de peligro. Estas
composiciones de orden arquitectónico deberían ser preservadas de la
invasión de los vehículos mecánicos, para los cuales no están hechas, y
de la velocidad, a la que jamás podrán adaptarse. La circulación se ha
convertido hoy en una función primordial de la vida urbana. Exige un
programa cuidadosamente estudiado que sepa prever todo lo necesario para
regularizar la afluencia, crear los aliviaderos indispensables y llegar
así a suprimir los embotellamientos y el malestar constante de que son
causa.
58
En numerosos casos, la red ferroviaria se ha
convertido, con la extensión de la ciudad, en un obstáculo grave para la
urbanización. Esta red encierra barrios de viviendas, privándolos de
contactos útiles con los elementos vitales de la ciudad.
También aquí el tiempo ha transcurrido demasiado
deprisa. Los ferrocarriles fueron construidos con anterioridad a la
prodigiosa expansión industrial que ellos mismo provocaron. Al penetrar
en las ciudades, seccionan arbitrariamente zonas enteras. No se
atraviesa la vía férrea; ésta aísla a sectores que, habiéndose cubierto
poco a de viviendas, han llegado a verse privados de unos contactos que
les son indispensables. En algunas ciudades la situación es grave para
la economía general, y el urbanismo está llamado a considerar la
reordenación y el desplazamiento de algunas redes de modo que se adapten
a la armonía de un plan general.
59
A partir de estadísticas rigurosas, deben
realizarse análisis útiles del conjunto de la circulación en la ciudad y
en su región, trabajo que revelará cuáles son los cauces de circulación
así como el carácter del tráfico.
La circulación es una función vital; su estado
actual debe expresarse por medio de gráficos. Entonces aparecerán
claramente las causas determinantes y las consecuencias de sus
diferentes intensidades, y será más fácil discernir cuáles son los
puntos críticos. Solamente una visión clara de situación permitirá
lograr dos progresos indispensables: asignar un destino preciso a cada
una de las vías de circulación, consistente en dar paso a peatones, a
automóviles, a los camiones de gran tonelaje o a los vehículos de paso; a
continuación, dotar a estas vías, según el papel que les haya sido
asignado, de dimensiones y caracteres especiales: naturaleza del piso,
anchura de la calzada, o emplazamiento y naturaleza de los cruces o
enlaces.
60
Las vías de circulación deben clasificarse según su naturaleza y construirse en función de los vehículos y de sus velocidades.
El tipo único de calle que nos han legado los
siglos, en otro tiempo acogía por igual a peatones y jinetes; a finales
del siglo XVIII, el empleo generalizado de las carrozas provocó la
creación de las aceras. En el siglo XX ha caído sobre ella, como un
cataclismo, la masa de los vehículos mecánicos -bicicicletas, motos,
coches, camiones, tranvías-, con sus inesperadas velocidades. El
crecimiento fulminante de algunas ciudades, como Nueva York, por
ejemplo, provocaba una afluencia inimaginable de vehículos en
determinados puntos. Es hora ya de remediar una situación abocada a la
catástrofe. La primera medida útil consistiría en separar radicalmente,
en las arterias congestionadas, el camino de los peatones y el de los
vehículos mecánicos. La segunda, en dar a los transportes pesados un
cauce circulatorio particular. La tercera, en proyectar, para la gran
circulación, vías de tránsito independientes de las corrientes,
destinadas solamente al tráfico menor.
61
Los cruces de tráfico intenso se ordenaran en forma de circulación continua mediante cambios de nivel.
Los vehículos en tránsito no deberían estar
sometidos al régimen de las detenciones obligatorias en cada cruce,
reduciendo inútilmente la velocidad. Los cambios de nivel en las vías
transversales son el mejor medio de permitirles una marcha continua. En
las grandes vías de circulación, y a distancias calculadas para obtener
el mejor rendimiento, se establecerán enlaces, uniéndolas a las vías
destinadas a la circulación, menos intensa.
62
El peatón debe poder seguir caminos distintos a los del automóvil.
Ello constituiría una reforma fundamental de la
circulación en las ciudades. Y sería tanto más juicioso emprenderla
cuanto que iniciaría una era de urbanismo más fecunda y nueva. Esta
exigencia de la circulación puede considerarse tan rigurosa como la que,
en la esfera de la habitación, condena la orientación de la vivienda al
norte.
63
Las calles deben diferenciarse según su
destino: calles de vivienda, calles de paseo, calles de tránsito y
arterias principales.
Las calles, en vez de abandonarse a todo y a todos,
deberán tener regímenes diferentes según su categoría. Las calles de
viviendas y los terrenos destinados al uso colectivo exigen un ambiente
particular. Para que las viviendas y sus «prolongaciones» disfruten de
la paz y la tranquilidad que necesitan, los vehículos mecánicos serán
canalizados por circuitos especiales. Las avenidas de tránsito carecerán
de todo contacto con las calles de circulación menor salvo en los
puntos de enlace. Las grandes arterias principales, que se hallan en
relación con todo el conjunto de la región, afirmarán, naturalmente, su
primacía. Pero también se pensará en disponer calles para el paseo en
las que, al imponerse estrictamente una velocidad reducida para toda
clase de vehículos, la mezcla de estos últimos con los peatones no
planteará inconvenientes.
64
Las zonas verdes deben aislar, en principio, los cauces de gran circulación.
Las vías de tránsito o de gran circulación, bien
diferenciadas de las vías de circulación menor, no tendrán razón alguna
para acercarse a las construcciones públicas o privadas. Convendrá que
estén bordeadas de espesas cortinas de vegetación.
PATRIMONIO Histórico DE LAS CIUDADES
65
Los valores arquitectónicos deben ser salvaguardados (edificios aislados o conjuntos urbanos).
La vida de una ciudad es un acaecer continuo que se
manifiesta a lo largo de los siglos a través de obras materiales, sean
trazados o construcciones, que la dotan de una personalidad propia y de
los cuales emana poco a poco su alma. Esos testimonios preciosos del
pasado serán respetados, en primer lugar, por su valor histórico o
sentimental; también porque algunos de ellos contienen en sí una virtud
plástica en la que se ha incorporado el genio del hombre en el más alto
grado de intensidad. Forman parte del patrimonio humano, y quienes los
detentan o están encargados de su protección tienen la responsabilidad y
la obligación de hacer cuanto sea lícito para transmitir intacta esa
noble herencia a los siglos venideros.
66
Los testimonios del pasado serán salvaguardados si son expresión de una cultura anterior y si responden a un interés general...
La muerte, que no perdona a ser vivo alguno,
alcanza también a las obras de los hombres. Entre los testimonios del
pasado hay que saber reconocer y discriminar los que siguen aún con
plena vida. No todo el pasado tiene derecho a ser perenne por
definición; hay que escoger sabiamente lo que se debe respetar. Si los
intereses de la ciudad resultan lesionados por la persistencia de alguna
presencia insigne, majestuosa, de una era que ya ha tocado a su fin, se
buscará la solución capaz de conciliar dos puntos de vista opuestos:
cuando se trate de construcciones repetidas en numerosos ejemplares, se
conservarán algunos a título documental, derribándose los demás; en
otros, casos, podrá aislarse solamente la parte que constituya un
recuerdo o un valor real, modificándose el resto de manera útil. Por
último, en ciertos casos excepcionales, podrá considerarse el traslado
total de elementos que causan dificultades por su emplazamiento pero que
merecen ser conservados por su elevada significación estética o
histórica.
67
Si su conservación no implica el sacrificio de poblaciones mantenidas en condiciones malsanas...
No puede permitirse que por un culto mezquino del
pasado, se ignoren las reglas de la justicia social. Algunas personas, a
las que preocupan más el esteticismo que la solidaridad, militan en
favor de la conservación de algunos viejos barrios pintorescos, sin
preocuparse de la miseria, de la promiscuidad y de las enfermedades que
éstos albergan. Eso es cargar con una grave responsabilidad. El problema
debe ser estudiado, y a veces resuelto mediante una solución ingeniosa,
pero el culto por lo pintoresco y por la historia no debe tener en
ningún caso la primacía sobre la salubridad de las viviendas, de la que
tan estrechamente dependen el bienestar y la salud moral del individuo.
68
Si es posible remediar el perjuicio, de su
presencia con medidas radicales: por ejemplo, la desviación de elementos
de circulación vitales, o incluso el desplazamiento de centros
considerados hasta ahora como inmutables.
El excepcional crecimiento de una ciudad puede
crear una situación peligrosa, que conduzca a un callejón sin salida del
que sólo es posible escapar mediante algunos sacrificios. El obstáculo
sólo podrá ser eliminado mediante la demolición. Pero cuando esta medida
entrañe la destrucción de auténticos valores arquitectónicos,
históricos o espirituales, sin duda será preferible buscar una solución
distinta. En vez de suprimir el obstáculo opuesto a la circulación, se
desviará la circulación misma, o, si las condiciones lo permiten, se le
impondrá el paso por un túnel. Por último, también cabe cambiar de lugar
un centro de actividad intensa, y, al trasplantarlo a otro punto,
modificar por completo el régimen circulatorio de la zona congestionada.
Es preciso combinar la imaginación, la inventiva y los recursos
técnicos para conseguir deshacer los nudos más complicados.
69
La destrucción de tugurios en los alrededores de los monumentos históricos dará ocasión a la creación de superficies verdes.
Es posible que, en algunos casos, la demolición de
casas y tugurios insalubres en los alrededores de un monumento de valor
histórico destruya un ambiente secular. Eso es lamentable, pero
inevitable. Podrá aprovecharse la ocasión para introducir espacios
verdes. Los vestigios del pasado se bañarán con ello en un ambiente
nuevo, acaso inesperado pero ciertamente tolerable, y del que, en todo
caso, se beneficiarán ampliamente los barrios vecinos.
70
La utilización de los estilos del pasado, con
pretextos estéticos en las nuevas construcciones alzadas en las zonas
históricas tiene consecuencias nefastas. El mantenimiento de semejantes
usos o la introducción de tales iniciativas no será tolerado en forma
alguna.
Estos métodos son contrarios a la gran lección de
la historia. Nunca se ha advertido una vuelta atrás; el hombre jamás ha
vuelto sobre sus pasos. Las obras maestras del pasado nos muestran que
cada generación tuvo su propia manera de pensar, sus concepciones y su
estética; que recurrió, para que sirviera de trampolín para su
imaginación, a la totalidad de los recursos técnicos de su propia época.
Copiar servilmente el pasado es condenarse a sí mismo a la mentira; es
convertir la falsedad en principio, pues recomponer las antiguas
condiciones de trabajo es imposible y la aplicación de la técnica
moderna a un ideal que ha llegado a su ocaso sólo puede dar de sí un
simulacro completamente desprovisto de vida. Al mezclar «lo falso» con
«lo verdadero», lejos de llegar a dar una impresión de conjunto y de
suscitar la impresión de pureza de estilo, se llega sólo a una
recomposición ficticia, apenas capaz de desacreditar los testimonios
auténticos que tan vivamente se deseaba preservar.
TERCERA PARTE
CONCLUSIONES
PUNTOS DOCTRINALES
71
La mayoría de las ciudades estudiadas presentan
hoy una imagen caótica. Estas ciudades no responden en modo alguno a su
destino, que debiera consistir en satisfacer las necesidades
primordiales, biológicas y psicológicas, de su población.
Las ciudades analizadas con ocasión del congreso de
Atenas por los grupos nacionales de los «Congresos Internacionales de
Arquitectura Moderna» han sido treinta y tres: Amsterdam, Atenas,
Bruselas, Baltimore, Bandung, Budapest, Berlín, Barcelona, Charleroi,
Colonia, Como, Dalat, Detroit, Dessau, Estocolmo, Frankfurt, Ginebra,
Génova, La Haya , Los Angeles, Littoria, Londres, Madrid, Oslo, París,
Praga, Roma, Rotterdam, Utrecht, Verona, Varsovia, Zagreb y Zurich.
Estas ciudades ilustran la historia de la raza blanca en los más
diversos climas y latitudes. Y todas dan prueba del mismo fenómeno: el
desorden que ha introducido el maquinismo en un estado que hasta
entonces implicaba una relativa armonía, y también la falta de todo
esfuerzo serio de adaptación. En todas estas ciudades se molesta al
hombre. Cuanto le rodea le ahoga y le aplasta. No se ha salvaguardado ni
construido nada de lo necesario para su salud física y moral. En las
grandes ciudades reina una crisis de humanidad, que repercute en toda la
extensión de los territorios. La ciudad ya no responde a su función,
que consiste en dar albergue a los hombres, y en albergarles bien.
72
Esta situación revela, desde el, comienzo de la era de las máquinas, la superposición incesante de los intereses privados.
El predominio de la iniciativa privada, inspirada
por el interés personal y el hambre de la ganancia, se halla en la base
de este lamentable estado de cosas. Hasta el momento no ha intervenido
autoridad alguna consciente de la naturaleza y de la importancia del
movimiento del maquinismo, para evitar unos estragos de los que no es
posible hacer efectivamente responsable a nadie. Las actividades
quedaron, durante cien años, abandonadas al azar. La construcción de
viviendas o de fábricas, la ordenación de las rutas terrestres,
fluviales o marítimas y de los ferrocarriles, todo se ha multiplicado en
medio de un apresuramiento y de una violencia individual que excluían
todo plan preconcebido y toda meditación previa. Hoy, el mal ya está
hecho. Las ciudades son inhumanas, y de la ferocidad de unos cuantos
intereses privados ha nacido la desdicha de innumerables personas.
73
La violencia de los intereses privados provoca
una desastrosa ruptura de equilibrio entre el empuje de las fuerzas
económicas, por una parte, y la debilidad del control administrativo y
la impotencia de la solidaridad social, por otra.
El sentimiento de la responsabilidad administrativa
y el de la solidaridad social sufren diariamente una derrota a manos de
la fuerza viva e incesantemente renovada del interés privado. Estas
diversas fuentes de energía se hallan en perpetua contradicción, y
cuando una de ellas ataca, la otra se defiende. En esta lucha,
desgraciadamente desigual, lo corriente es que triunfe el interés
privado, que garantiza el éxito de los más fuertes en detrimento de los
débiles. Pero del mismo exceso del mal surge a veces el bien, y el
inmenso desorden material y moral de la ciudad moderna acaso tenga como
consecuencia la de hacer surgir por fin el estatuto de la ciudad, el
cual, apoyado en una fuerte responsabilidad administrativa, instaurará
las reglas indispensables para la protección de la salud y de la
dignidad humanas.
74
Aunque las ciudades se hallen en estado de
permanente transformación, su desarrollo se dirige sin precisión ni
control, y sin que se tengan en cuenta los principios del urbanismo
contemporáneo, elaborados en los medios técnicos cualificados.
Los principios del urbanismo moderno han sido
determinados por la labor de innumerables técnicos: técnicos del arte de
construir, técnicos de la salud, técnicos de la organización social.
Esos principios han sido objeto de artículos, de libros, de congresos,
de debates públicos o privados. Pero hay que conseguir que sean
admitidos por los órganos administrativos encargados de velar por la
suerte de las ciudades, los cuales, con frecuencia, son hostiles a las
grandes transformaciones propuestas por estos datos nuevos. En primer
lugar es necesario que la autoridad aprenda, y a continuación que actúe.
Clarividencia y energía pueden llegar a restaurar una situación
comprometida.
75
La ciudad debe garantizar, en los planos espiritual y material, la libertad individual y el beneficio de la acción colectiva.
Libertad individual y acción colectiva son los dos
polos entre los cuales se desarrolla el juego de la vida. Toda empresa
cuyo objetivo sea el mejoramiento del destino del hombre debe tener en
cuenta estos dos factores. Si no llega a satisfacer sus a menudo
contradictorias exigencias, se condena a sí misma a una derrota
inevitable. En cualquier caso, es imposible coordinarlos de manera
armoniosa si no se elabora de antemano un programa cuidadosamente
estudiado y que no deje nada al azar.
76
La operación de dar dimensiones a todas las cosas en el dispositivo urbano únicamente puede regirse por la escala del hombre.
La medida natural del hombre debe servir de base a
todas las escalas, que se hallarán en relación con la vida del ser y con
sus diversas funciones. Escala de las medidas aplicables a las
superficies o a las distancias; escala de las distancias consideradas en
su relación con la marcha natural del hombre; escala de los horarios,
que deben determinarse teniendo en cuenta la diaria carrera del sol.
77
Las claves del urbanismo se contienen en las
cuatro funciones siguientes: habitar, trabajar, recrearse (en las horas
libres), circular.
El urbanismo expresa la manera de ser de una época.
Hasta ahora se ha dedicado solamente a un único problema, el de la
circulación. Se ha contentado con abrir avenidas o trazar calles, que
originan así islotes edificados cuyo destino se abandona al azar de la
iniciativa privada. He aquí una visión estrecha e insuficiente de la
misión que le ha sido confiada. El urbanismo tiene cuatro funciones
principales, que son: en primer lugar, garantizar alojamientos sanos a
los hombres, es decir, lugares en los cuales el espacio, el aire puro y
el sol, esas tres condiciones esenciales de la naturaleza, estén
garantizados con largueza; en segundo lugar, organizar los lugares de
trabajo, de modo que éste, en vez de ser una penosa servidumbre,
recupere su carácter de actividad humana natural; en tercer lugar,
prever las instalaciones necesarias para la buena utilización de las
horas libres, haciéndolas benéficas y fecundas; en cuarto lugar,
establecer la vinculación entre estas diversas organizaciones mediante
una red circulatoria que garantice los intercambios respetando las
prerrogativas de cada una. Estas cuatro funciones, que son las cuatro
claves del Urbanismo, cubren un campo inmenso, pues el Urbanismo es la
consecuencia de una manera de pensar, llevada a la vida pública por una
técnica de la acción.
78
Los planes determinarán la estructura de cada
uno de los sectores asignados a las cuatro funciones claves y señalarán
su emplazamiento respectivo en el conjunto.
A partir del Congreso de los CIAM en Atenas, las
cuatro funciones claves del Urbanismo exigen, para manifestarse en toda
plenitud e introducir orden y clasificación en las condiciones
habituales de vida, de trabajo y de cultura, disposiciones particulares
que ofrezcan a cada una de ellas las condiciones más favorables para el
completo desarrollo de su propia actividad. El urbanismo, teniendo en
cuenta esta necesidad, transformará la imagen de las ciudades, romperá
la aplastante coerción de unos usos que han perdido su razón de ser y
abrirá a los creadores un campo de acción inagotable. Cada una de las
funciones claves tendrá su propia autonomía, apoyada en los datos que
proporcionan el clima, la topografía y las costumbres: se las
considerará como entidades a las que serán asignados terrenos y locales
para cuyo equipo e instalación se pondrán en movimiento, en su
totalidad, los recursos prodigiosos de las técnicas modernas. En esta
distribución se tendrán en cuenta las necesidades vitales del individuo y
no el interés o la ganancia de un grupo particular. El urbanismo debe
garantizar la libertad individual al tiempo que se beneficia de las
aportaciones de la acción colectiva y se somete a ellas.
79
El ciclo de las funciones cotidianas, habitar,
trabajar y recrearse (recuperación), será regulado por el urbanismo
dentro de la más estricta economía de tiempo. La vivienda será
considerada como el centro mismo de las preocupaciones urbanísticas y
como el punto de unión de todas las medidas.
El deseo de reintroducir las «condiciones
naturales» en la vida cotidiana parece aconsejar, a primera vista, una
mayor extensión horizontal de las ciudades; pero la necesidad de regular
las diversas actividades de acuerdo con la duración de la carrera del
sol se opone a esta concepción, cuyo inconveniente reside en imponer
unas distancias que no guardan relación alguna con el tiempo disponible.
La vivienda es el centro de las preocupaciones del urbanista, y el
juego de las distancias será regulado según su posición en el plano
urbano, de acuerdo con la jornada solar de veinticuatro horas, que
señala el ritmo de la actividad de los hombres y que da la medida justa
de todas sus empresas.
80
Las nuevas velocidades mecánicas han
transformado el medio urbano al introducir en él un peligro permanente,
al provocar el embotellamiento y la parálisis de las comunicaciones y al
comprometer la higiene.
Los vehículos mecánicos deberían ser agentes
liberadores y aportar, con su velocidad, una ganancia de tiempo
estimable. Pero su acumulación y su concentración en determinados puntos
se han convertido en una dificultad para la circulación y, a la vez, en
ocasión de peligros permanentes. Además, han introducido en la vida
ciudadana numerosos factores perjudiciales para la salud. Sus gases de
combustión difundidos por el aire son nocivos para los pulmones, y su
ruido determina en el hombre un estado de nerviosismo permanente. Esas
velocidades utilizables despiertan la tentación de la evasión cotidiana,
lejos, a la naturaleza; difunden el gusto por una movilidad sin freno
ni medida y favorecen unos modos de vida que, al producir la dislocación
de la familia, trastornan profundamente la estabilidad de la sociedad.
Condenan a los hombres a pasar horas fatigosas en toda clase de
vehículos y a perder poco a poco la práctica de la más sana v natural de
las funciones: la de caminar.
81
Hay que revisar el principio de la circulación
urbana y suburbana. Hay que efectuar una clasificación de las
velocidades disponibles. La reforma de la zonificación que armonice las
funciones claves de la ciudad creará entre éstas vínculos naturales para
cuyo afianzamiento se preverá una red racional de grandes arterias.
La zonificación, teniendo en cuenta las funciones
claves -habitar, trabajar y recrearse- introducirá orden en el espacio
urbano. La circulación, esa cuarta función, debe tener un único
objetivo: poner a las otras tres en comunicación útil. Habrá que hacer
inevitablemente grandes transformaciones. La ciudad y su región deben
ser dotadas de una red exactamente proporcionada a los usos y a los
fines, red que constituirá la técnica moderna de la circulación. Habrá
que clasificar y diferenciar los medios de circulación y establecer para
cada uno de ellos un cauce adecuado a la naturaleza misma de los
vehículos utilizados. La circulación, así regulada, se convierte en una
función normal que no impone dificultad alguna a la estructura de la
vivienda o a la de los lugares de trabajo.
82
El urbanismo es una ciencia de tres dimensiones
y no solamente de dos. Con la intervención del elemento altura se dará
solución a la circulación moderna y al esparcimiento mediante la
explotación de los espacios libres así creados.
Las funciones claves -habitar, trabajar y
recrearse- se desarrollan en el interior de volúmenes sometidos a tres
imperiosas necesidades: espacio suficiente, sol y ventilación. Estos
volúmenes no dependen solamente del suelo y de sus dos dimensiones, sino
sobre todo de una tercera dimensión: la altura. Teniendo en cuenta la
altura, el urbanismo recuperará los terrenos libres necesarios para las
comunicaciones y los espacios útiles para el esparcimiento. Hay que
distinguir las funciones sedentarias, que se desarrollan en el interior
de volúmenes donde la tercera dimensión desempeña el papel más
importante, de las funciones de circulación, las cuales, por su parte,
al utilizar solamente dos dimensiones, están vinculadas al suelo y en
las que la altura sólo interviene excepcionalmente y a pequeña escala;
por ejemplo, en el caso de los cambios de nivel destinados a regularizar
determinadas afluencias intensas de vehículos.
83
La ciudad debe ser estudiada dentro del
conjunto de su región de influencia. El simple plan municipal será
reemplazado por un plan regional. El límite de la aglomeración será
función del radio de su acción económica.
Los datos de un problema urbanístico los
proporciona el conjunto de las actividades que se despliegan no
solamente en la ciudad, sino en toda la región cuyo centro constituye la
primera. La razón de ser de la ciudad debe buscarse y expresarse en
cifras que permitan prever para el porvenir las etapas de un desarrollo
plausible. El mismo trabajo, aplicado a las aglomeraciones secundarias,
proporcionará una lectura de la situación general. Podrán decidirse
asignaciones, restricciones y compensaciones que atribuirán a cada
ciudad, rodeada de su región, un carácter y un destino propios. Así,
cada una ocupará un lugar y un rango en la economía general del país. De
ello resultará una delimitación clara de los límites de la región. He
aquí el urbanismo total, capaz de aportar equilibrio a la provincia y al
país.
84
La ciudad, definida en lo sucesivo como una
unidad funcional, deberá crecer armoniosamente en cada una de sus
partes, disponiendo de los espacios y de las vinculaciones en los que
podrán inscribirse, equilibradamente, las etapas de su desarrollo.
La ciudad cobrará el carácter de una empresa
estudiada de antemano y sometida al rigor de un plan general. Sabias
previsiones habrán esbozado su futuro, descrito su carácter, previsto la
amplitud de su desarrollo y limitado de antemano sus excesos. La
ciudad, subordinada a las necesidades de la región, destinada a
encuadrar las cuatro funciones claves, dejará de ser el resultado de
iniciativas accidentales. Su desarrollo, en vez de producir una
catástrofe, será la coronación de un proceso. Y el acrecentamiento de su
cifra de población ya no tendrá por resultado esa mezcla inhumana que
es una de las plagas de las grandes ciudades.
85
Es de la más imperiosa necesidad que cada ciudad establezca su programa, promulgando leyes que permitan su realización.
El azar cederá ante la previsión; a la
improvisación sucederá el programa. Cada caso será inscrito en el plan
regional; los terrenos serán considerados y asignados a actividades
diversas: clara ordenación en la empresa, iniciada desde mañana mismo y
proseguida poco a poco por etapas sucesivas. La ley fijará el «estatuto
del suelo» dotando a cada una de las funciones claves de los medios que
le permitan expresarse mejor, instalarse en los terrenos más favorables y
a las distancias más útiles. También debe prever la protección y el
cuidado de las superficies que serán ocupadas algún día. Ese estatuto
tendrá derecho a autorizar -o prohibir-; favorecerá todas las
iniciativas justamente mesuradas; pero velará para que se integren en el
plan general y se hallen siempre subordinadas a los intereses
colectivos que componen el bien público.
86
El programa debe elaborarse a partir de
análisis rigurosos hechos por especialistas. Debe prever las etapas en
el espacio y en el tiempo. Debe unir en una fecunda concordancia los
recursos naturales del lugar, la topografía del conjunto, los datos
económicos, las necesidades sociológicas y los valores espirituales.
La obra ya no quedará limitada al precario plan del
geómetra, que proyecta, al azar de los suburbios, los mazacotes de
inmuebles y el polvo de las parcelaciones. Será una auténtica creación
biológica con órganos claramente definidos, capaces de desempeñar a la
perfección sus funciones esenciales. Se analizará los recursos del suelo
y reconocerá las necesidades a las que es preciso someterse; se
estudiará el ambiente general y serán jerarquizados los valores
naturales. Los grandes cauces circulatorios serán confirmados y
colocados en su justo lugar, y se determinará la naturaleza de su
equipamiento según el uso a que estarán destinados. Una curva de
crecimiento expresará el futuro económico previsto para la ciudad.
Reglas inviolables garantizarán a los habitantes el bienestar del
alojamiento, la facilidad del trabajo, el empleo feliz de las horas
libres. El alma de la ciudad quedará vivificada por la claridad del
plan.
87
Para el arquitecto, ocupado aquí en tareas de urbanismo, el instrumento de medida será la escala humana.
La arquitectura, tras el desastre de estos últimos
cien años, debe ser puesta de nuevo al servicio del hombre. Debe
abandonar las pompas estériles, volcarse sobre el individuo y crear para
el bienestar de éste las instalaciones que rodearán todos los actos de
su vida, haciéndolos más fáciles. ¿Quién podrá adoptar las medidas
necesarias para llevar a buen fin esta tarea, si no es el arquitecto que
posee un perfecto conocimiento del hombre, que ha abandonado los
grafismos ilusorios y que, con la justa adaptación de los medios a los
fines propuestos, creará un orden que llevará en sí su propia poesía?
88
El núcleo inicial del urbanismo es una célula
de habitación (una vivienda) y su inserción en un grupo que forme una
unidad de habitación de tamaño eficaz.
Si la célula es el elemento biológico primordial,
el hogar, es decir, el abrigo de una familia, constituye la célula
social. La construcción de este hogar, sometida desde hace un siglo al
juego brutal de la especulación, debe convertirse en una empresa humana.
El hogar es el núcleo inicial del urbanismo. Protege el crecimiento del
hombre, alberga las alegrías y los dolores de su vida cotidiana. Si en
su interior debe conocer el sol y el aire puro, en el exterior debe
prolongarse además mediante diversas instalaciones comunitarias. Para
que sea más fácil dotar a las viviendas de los servicios comunes
destinados a realizar con facilidad el avituallamiento, la educación, la
asistencia médica o la utilización del tiempo libre, será necesario
agruparlas en «unidades de habitación» de tamaño eficaz.
89
A partir de esta unidad-vivienda se
establecerán en el espacio urbano las relaciones entre la habitación,
los lugares de trabajo y las instalaciones consagradas a las horas
libres.
La primera de las funciones que debe atraer la
atención del urbanista es habitar, y habitar bien. También es preciso
trabajar y hacerlo en unas condiciones que exigen una revisión seria de
los usos actualmente en vigor. Las oficinas, los talleres y las fábricas
deben ser dotados de instalaciones capaces de garantizar el bienestar
necesario para la realización de esta segunda función. Finalmente, no
hay que descuidar la tercera, que es recrearse, cultivar el cuerpo y el
espíritu. Y el urbanista deberá prever los emplazamientos y los locales
útiles para ello.
90
Para resolver esta gran tarea es indispensable
utilizar los recursos de la técnica moderna. Ésta, con el concurso de
sus especialidades, respaldará el arte de construir con todas las
seguridades de la ciencia y lo enriquecerá con las invenciones y los
recursos de la época.
La era de las máquinas ha introducido técnicas
nuevas que son una de las causas del desorden y el trastorno de las
ciudades. No obstante, es de ellas de quien hay que exigir la solución
del problema. Las modernas técnicas de construcción han introducido
métodos nuevos, aportado facilidades nuevas y permitido nuevas
dimensiones. Verdaderamente abren un ciclo nuevo en la historia de la
arquitectura. Las nuevas construcciones serán de una amplitud e incluso
de una complejidad desconocidas hasta el presente. Para realizar la
tarea múltiple que se le impone, el arquitecto deberá asociarse a todos
los niveles de la empresa, a numerosos especialistas.
91
La marcha de los acontecimientos se verá influida fundamentalmente por los factores políticos, sociales y económicos...
No basta que se admita la necesidad del «estatuto
del suelo» y de ciertos principios de construcción. Para pasar de la
teoría a los actos es necesario, además, el concurso de los factores
siguientes: un poder económico tal como se desea, clarividente,
convencido, resuelto a implantar las mejores condiciones de vida
elaboradas e inscritas en el papel de los planes; una población
ilustrada para comprender, desear y reclamar lo que los especialistas
han ideado para ella; y una situación económica que permita emprender y
proseguir los trabajos, algunos de los cuales serán considerables. Puede
ocurrir, sin embargo, que incluso en una época en que todo ha caído al
nivel más bajo, en que las condiciones políticas, morales y económicas
son muy desfavorables, la necesidad de construir abrigos decentes
aparezca de repente como una obligación imperiosa, y que ello dé a lo
político, a lo social y a lo económico el objetivo y el programa
coherentes que precisamente les faltaban.
92
Y no es aquí donde intervendrá en última instancia la arquitectura.
La arquitectura preside los destinos de la ciudad.
Ordena la estructura de la vivienda, esa célula esencial del trazado
urbano, cuya salubridad, alegría y armonía están sometidas a sus
decisiones. Agrupa las viviendas en unidades de habitación, cuyo éxito
dependerá de la justeza de sus cálculos. Reserva de antemano los
espacios libres en medio de los cuales se alzarán volúmenes edificados
de armoniosas proporciones. Instala las prolongaciones de la vivienda,
los lugares de trabajo, los terrenos consagrados a las distracciones.
Establece la red circulatoria que ha de poner en contacto las diversas
zonas. La arquitectura es responsable del bienestar y de la belleza de
la ciudad. Toma a su cargo su creación y su mejora, y le incumben la
selección y la distribución de los diferentes elementos cuya afortunada
proporción constituirá una obra armoniosa y duradera. La arquitectura es
fundamental para todo.
93
La escala de los trabajos a emprender
urgentemente para la ordenación de las ciudades y, por otra parte, el
estado infinitamente fragmentado de la propiedad del suelo, son dos
realidades antagónicas.
Hay que emprender sin tardanza trabajos de
importancia capital, puesto que todas las ciudades del mundo, antiguas o
modernas, revelan las mismas taras, procedentes de idénticas causas.
Pero no debe emprenderse obra fragmentaria alguna si no se inserta en el
marco de la ciudad y en el de la región tal como habrán sido previstos
por un estudio extenso y un amplio plan de conjunto. Este plan contendrá
forzosamente unas partes cuya realización podrá ser inmediata y otras
cuya ejecución habrá de aplazarse para unas fechas indeterminadas.
Numerosas parcelas de terreno deberán ser expropiadas y serán objeto de
transacciones. Habrá que temer entonces el sórdido juego de la
especulación, que tan a menudo aplasta, apenas nacidas, las grandes
empresas animadas por la preocupación del bien público. El problema de
la propiedad del suelo y de su posible requisición se plantea en las
ciudades, en su periferia, y se extiende hasta la zona más o menos
amplia que constituye su región.
94
La peligrosa contradicción observada aquí
plantea una de las cuestiones más peligrosas de nuestra época: la
urgencia de regular, a través de un medio legal, la disposición de todo
suelo útil para equilibrar las necesidades vitales del individuo en
plena armonía con las necesidades colectivas.
Hace años que las empresas de equipamiento, en
todos los lugares del mundo, se estrellan contra el petrificado estatuto
de la propiedad privada. El suelo -el territorio del país- debe estar
disponible en cualquier momento, y estarlo a su equitativo valor,
estimado con anterioridad al estudio de los proyectos. Cuando está en
juego el interés general, el suelo debe ser movilizable. Sobre los
pueblos que no han sabido medir con exactitud la amplitud de las
transformaciones técnicas y sus formidables repercusiones sobre la vida
pública y privada, se han abatido innumerables inconvenientes. La
ausencia de urbanismo es la causa de la anarquía que reina en la
organización de las ciudades, en el equipamiento de las industrias. Por
haber ignorado ciertas reglas el campo se ha vaciado y se han llenado
las ciudades por encima de cualquier límite razonable; las
concentraciones urbanas se constituyen al azar; las viviendas obreras se
han convertido en tugurios. Para la salvaguardia del hombre no se ha
previsto nada. El resultado es catastrófico, y casi uniforme en todos
los países. Es el amargo fruto de cien años de maquinismo sin dirección
alguna.
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El interés privado se subordinará al interés colectivo.
Abandonado a sí mismo, el hombre pronto queda
aplastado por las dificultades de todas clases que ha de superar. Por el
contrario, si se somete a demasiadas coerciones colectivas, resulta
ahogada su personalidad. El derecho individual y el derecho colectivo
deben, pues, sostenerse y reforzarse mutuamente y poner en común todo lo
que llevan en sí de infinitamente constructivo. El derecho individual
no guarda relación alguna con el vulgar interés privado. Éste, que sacia
a una minoría mientras condena al resto de la masa social a una vida
mediocre, merece severas restricciones. Debe estar subordinado siempre
al interés colectivo, de modo que cada individuo tenga acceso a esos
goces fundamentales que son el bienestar del hogar y la belleza de la
ciudad.
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